jueves, 4 de junio de 2015

El niño y la alfombra




Hablan los consejeros con voces roncas y en varios idiomas. Les separan cinco metros, los mismos que tiene de diámetro la mesa con forma de rueda. Los bedeles ruegan a los periodistas que abandonen la sala. Se impone el silencio. El ministro anfitrión va a tomar la palabra. De repente todos caen en la cuenta de que hay un niño sentado en el suelo, sobre la alfombra, en el mismo centro del círculo. Junto a él, un cuenco bailotea con un sonido reseco. Viste tan sólo un collar de cuentas de colores que contrasta con su piel correosa y oscura. Su mirada es un pozo negro, hueca como el cuenco que sigue traqueteando a su lado. Intenta rascarse la cabeza pero los músculos de su bracito no dan para tanto esfuerzo. Una consejera se tapa la boca sorprendida. Otro frunce el ceño mirando a los demás. El murmullo va aumentando hasta que, de la misma forma en que apareció, se esfuma la imagen del niño. Uno de los consejeros salta de la mesa y se acerca. Roza con dos dedos la zona de alfombra donde reposaba el trasero del crío. No hay por qué preocuparse, la alfombra sigue limpia.

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