Mi
padre solía desaparecer de vez en cuando. Se pasaba semanas fuera de casa y
cuando volvía me contaba a escondidas el motivo de sus huidas. Era espía, solo
yo conocía su secreto. Mi madre y mis tías decían que era un borracho y un
vago. Qué tontas. El verano pasado desapareció de nuevo y no volvió más. En
estos meses me lo he imaginado salvando vidas o persiguiendo a terroristas. Esta
mañana me ha llevado mi madre al Corte Inglés, me ha sentado en las rodillas
del rey Mechor y se ha puesto a charlar con las otras madres de la cola. El rey
olía un poco a vino pero luego me di cuenta de que era para despistar. Se
estiró la barba y era mi padre. Me chistó con el dedo en los labios para que le
guardara el secreto y me dejó ir. Hoy estoy feliz, por fin le han dado una
misión importante.
domingo, 11 de diciembre de 2016
sábado, 19 de noviembre de 2016
Casas Viejas y Los años de la ballena
Creo que todos hemos oído algo acerca de los sucesos de Casas
Viejas, unos más que otros. Hoy día es relativamente fácil encontrar materia en
internet para conocer algo de aquellos hechos, pero a veces se nos
olvida que las webs donde hemos encontrado ese o cualquier otro tema están
gestionados por personas entusiastas, investigadores/as que comparten sus
estudios y descubrimientos sin recibir nada a cambio la mayoría de las
veces. Los años de la ballena se nutrió de muchos de esos datos. Durante mucho
tiempo investigué en bibliografías, asistí a conferencias y, sobre todo, busqué
en las webs y blogs que os comentaba. Dos de ellos fueron Desde la historia de Casas Viejas (http://historiacasasviejas.blogspot.com.es),
administrado por Salustiano Gutiérrez Baena, un investigador incansable de todo
cuanto tenga que ver con esa población, y El blog de Milano, de Miguel Angel
López Moreno (http://elblogdelmilano.blogspot.com.es), hombre igual de entusiasta de la historia y la investigación. En ambos encontré algunos
datos y también me sirvieron para iniciar otros caminos de búsqueda. Ellos
hacen las carreteras informativas y nosotros, los narradores imaginativos, las
recorremos con nuestras fantasías.
Casas
Viejas, como os decía, está presente en Los años de la ballena, y gracias a ese
detalle he tenido la fortuna de leer hoy una entrada en el blog Desde la historia de Casas Viejas en la que Salustiano Gutiérrez cita un pasaje de Los años de la ballena (haz clic en la imagen para leerla):
Mi
eterno agradecimiento a quienes dedican su tiempo a estudiar, investigar
y compartir sus conclusiones. Su curiosidad y generosidad nos enriquecen a
todos.
Antonio Díaz González
domingo, 23 de octubre de 2016
Recuerdos cítricos
En la Tertulia Literaria Rayuela de San Fernando organizamos a veces una especie de juego literario. Consiste en que uno de sus miembros elige una imagen y el resto debe escribir un texto inspirado en esa imagen. Resulta muy ameno y enriquecedor, sobre todo por la calidad literaria de mis compañeros y compañeras de tertulia. Esta es mi modesta aportación al juego:
Cádiz,
3 de febrero de 1981
Querido
Esteban,
hace unas semanas estuve de nuevo en Prado del Rey. Hacía años que no
volvía. Visité a tu madre y a Engracia. Les dio mucha alegría, sobre todo a
Engracia. Tu madre, la pobre, comenzaba a alegrarse por cualquier caricia,
viniera de donde viniera. No me reconoció, pero me di cuenta de que tampoco parecía
conocer a sus propias vecinas. Engracia me puso al día de todo. Me dijo que de
vez en cuando bajabas a pasar unos días con ellas y que lo pasabas mal en esas
visitas. Me explicó que la última vez fue la peor y que te fuiste muy apenado.
Hoy,
casualmente, me he encontrado a tu primo Andrés en la plaza de abastos. Ya me
lo había encontrado otras veces, al parecer vive en Cádiz desde hace poco, no
tanto como yo, que aún recuerdo los calcetines blancos que llevaba el día que
subí por primera vez las escaleras de aquel bloque de pisos en el Cerro del
Moro. Andrés me dijo lo de tu madre. La pobre, descanse en paz. Creo que fue lo
mejor que le podía pasar, perdona que sea tan clara. Hay cosas que no entiendo,
no me entra en la cabeza que Dios permita que una persona se vaya tan
lentamente, que el sufrimiento la vaya apagando a base de dolores. Lo sé por
experiencia, Esteban, durante cuatro años trabajé de auxiliar en una residencia
y tuve que verlo directamente día a día.
Bueno,
no solo te escribía para darte el pésame. También quería contarte que aquel
día, cuando estuve en el pueblo, me paseé con tu madre y con Engracia.
Empezamos en la puerta de tu casa y tiramos hacia arriba por la calle Pajarete.
Saludamos a varias vecinas y todas me decían lo mismo, que me veían muy guapa,
ya ves, siguen siendo mentirosillas. Tu madre iba en silencio, Engracia era la
que lo hablaba todo, hasta que llegamos al árbol. Íbamos a seguir y tiramos de
ella, pero se quedó quieta mirando cada rama. Se fijó en las hojas y en cada
uno de sus limones y naranjas. ‘Este árbol lo plantó mi Juan’, dijo. Me di cuenta de que se
refería a tu padre. Luego señaló la i griega que formaban sus ramas en el
tronco, siguió hablando en voz baja y tuve que acercarme más para oírle decir
que aquel injerto lo habías hecho tú. ‘Mi Esteban’, dijo ella. Luego me miró a
mí, me señaló y me dijo ‘y tú también’. Sí, Esteban, eso nos dijo tu madre. Yo
no tenía ni idea de que ella lo supiera, que estuviera al tanto de que tú
hiciste aquel injerto, y menos aún de que yo había estado presente. No pude
preguntarle nada más, al terminar de decirlo siguió caminando en su mundo,
ajena a todo lo que nos rodeaba. Qué misterio, ¿no?
Bueno,
no sé siquiera si tú recuerdas todo aquello, yo creo que sí. Una de las razones
por las que sigo visitando Prado del Rey es precisamente aquella madrugada. Por
tus explicaciones sobre lo que hacías con tu navaja y la ramita de limonero a
la luz de la luna, por tus manos y dedos de hombre a pesar de que no tenías ni
quince años, por tu madurez orgullosa, por tu apego a tu tierra… y por todo lo
que pasó aquella madrugada antes del injerto...
Nunca he podido imaginarte en tu
fábrica de Alemania, ni caminando por la nieve en estos días de frío, lo
siento. Siempre que pienso en ti te imagino con las mangas remangadas hasta el
sobaco y tu sonrisa de niño malo, como aquella noche.
Tu
dirección me la ha dado Engracia, pero no te enfades con ella, la culpa ha sido
mía, no sabes la lata que le he dado. Ahora ya sabes la mía, a lo mejor te
apetece pasar por Cádiz una de esas veces que vienes de vacaciones. Ah, y si
aún huele esta carta cuando te llegue, es por las ralladuras secas de limón y
naranja que he metido en el sobre, son de tu árbol.
Un
beso, espero que hasta pronto.
Margarita
Estévez
viernes, 14 de octubre de 2016
Un Nobel suicida
Lo siento, no tengo costumbre de leer en estonio, japonés,
árabe o cualquiera de las lenguas en las que escriben los demás candidatos al
Nobel de Literatura de este año. Les pido disculpas, no he tenido oportunidad de estar
presente en las deliberaciones del jurado, aunque sé que habría disfrutado de
los ágapes con que habrán agasajado a sus miembros. Les ruego me perdonen, no
conozco a fondo la épica griega, el
género poético más antiguo, en la que se transmitieron por siglos hermosos textos de manera oral a
través de los rapsodas que cantaban acompañados por instrumentos de cuerdas y
que sólo tardíamente se mostraron de forma escrita. Les ruego sepan perdonarme,
no conozco la obra de Safo, Arquíloco, Tirteo, Baquílides, Píndaro, quienes componían
sus poemas para el canto.
Sí, el premio Nobel de este año ha ido a parar a un
entretenedor de masas, uno de esos que ninguna madre querría para su niña, un
cantautor, cuyo trabajo describieron los Antílopez con tanto acierto:
“Todo aquel que lo haga por vicio,
Por vivir a muerte hasta perder el juicio
Haciendo de su sueño un suplicio
Con el alma en cuarentena y la voz al borde del precipicio”
Les pido mil y una veces disculpas: No puedo opinar sobre el
Nobel de este año.
¿Que a quién deberían habérselo concedido? Y yo qué sé, quizá
la respuesta esté en el viento.
lunes, 3 de octubre de 2016
Poleás
Poco
a poco se fue sintiendo más calmado. El ruido de sus bronquios pasó a ser
acompasado y leve. Una sensación extraña le hizo disfrutar, al principio como
la luz de un faro intermitente, con idas y venidas de sus dolores. Los
destellos de dolor y luz se fueron transformando en aromas. Primero el del
aceite caliente, luego el de la cáscara de limón y más tarde de la matalahúva. Se
olvidó por completo de su respiración forzada y agria hasta antes del chute en
vena. Ahora tenía otra ocupación en sus sentidos, el anciano veía de nuevo a su
joven madre ofreciéndole un tazón de poleás con coscorrones de pan frito y
canela. La vida no quería despedirse sin aromatizar la habitación del hospital a base de infancias
y caricias.
miércoles, 28 de septiembre de 2016
Crónica de un día perfecto
El pasado sábado día 24 de septiembre recorrimos algunos lugares de Jerez de la Frontera y San Fernando en la II Ruta de la ballena. No nos pudo tocar mejor día. Parece que esta actividad mezcla de ruta literaria, deporte y gastronomía, tiene un pacto con el Servicio Nacional de Meteorología. En este sentido resultó un día perfecto: soleado, fresco por la mañana y lo suficientemente cálido a mediodía como para desear refrescarnos con buenos caldos.
Habíamos quedado a las 8.30 h, en la estación de Jerez de la Frontera. Quienes veníamos de San Fernando y Cádiz nos encontramos en el mismo tren. Un trayecto breve pero muy agradable. No me extraña que Rubén se embelesara con los paisajes de marismas en la bahía.
Las primeras claridades nos deslumbraron en todo el camino. ¡Qué luz! Ese es otro de los atractivos de estos lares.
"Su llegada a la estación
de Jerez le provocó una extraña contradicción. Había pensado en una ciudad muy distinta
a la que veía en persona. Mientras el tren iba lentamente disminuyendo su
velocidad, desde la puerta abierta del vagón, observaba todo cuanto se iba
presentando ante sus ojos sin perder detalle. Creía haberse dirigido a una
población pequeña, un pueblo casi, pero aquellas cerchas de hierro sujetando la
inmensa cubierta, las hermosas paredes repletas de figuras pintadas sobre azulejos,
los arcos mudéjares cubriendo cada una de las entradas al gran salón de
viajeros, con un aire tan elegantemente andaluz, le daban la sensación de estar
llegando a una mediana ciudad no tan pequeña y con una personalidad que le
cautivó. Nada más bajarse al andén comenzó a sentir una nerviosa alegría
mezclada con el ligero aturdimiento provocado por tantas horas de traqueteo. Aún
era soportable el calor mañanero de finales de julio. Al caminar hacia los
arcos del vestíbulo volvió su mirada instintivamente hacia el tren. Bartolito El
Tubero seguía sus pasos con la cabeza apoyada en los brazos sobre la ventanilla
poniendo carita de querubín. Rubén le sonrió y siguió caminando."
Una vez en el exterior disfrutamos de una anécdota con relación a una cita de la novela, la de la marca de la fábrica que realizó cada uno de los paños de azulejos que adornan la estación. También descubrimos algunas anécdotas relativas a la construcción del edificio y al arquitecto que lo diseñó, Aníbal González:
"Rubén no tenía
prisa, se ensimismaba y disfrutaba de todo cuanto veía y oía, tanto que cuando
salió de la estación a la plaza no quedaba taxi alguno. Durante la espera
disfrutó de nuevo, esta vez con la fachada exterior bordada de azulejos.
Cerámica
Artística
Mensaque
Rodríguez y Cª S.A.
Sevilla
(Triana)
El letrerito al pie de
uno de los paños de azulejos sevillanos le hizo recordar una de las anécdotas que
le contaba su padre cuando era niño, no perdía ocasión de hacerle comentarios
sobre Andalucía: Trajano fue un emperador
romano-andaluz, él fue quien fundó Triana. Trajana… Triana… ¿Entiendes Rubén? Cuánto se arrepentía ahora de sus pudorosos
sentimientos hacia él. Llegó a darle vergüenza de que sus amigos le vieran con
su padre, y más aún, de que le oyeran hablar. Maldita edad del pavo. Entonces
le veía como un paleto emigrante que no se adaptaba. A medida que pasaron los
años, Rubén se fue percatando de la sabiduría que encerraba esa forma de ser y
poco a poco fue creciendo su orgullo de hijo. Ahora daba gracias al destino de
que al menos ese orgullo hubiera terminado por aflorar antes de la reciente
muerte del viejo."
Ya habíamos hecho la primera toma de contacto con la Ruta de la ballena. Era hora de hacerse con una buena dosis de energía para afrontar una jornada llena de paseo y emociones. El mejor sitio: el bar El Andén: buenos churros, ricos chocolate y café y mejor servicio.
En nuestro camino hacia la Plaza del Arenal disfrutamos de las fachadas de varios edificios importantes, como algunas bodegas y este palacete tan curioso. Como ejemplo de la cantidad de casas señoriales que nos podemos encontrar en Jerez, sirva este párrafo de un artículo del Diario de Jerez.
"Un poco más adelante, la bonita fachada del 35 se abre a una casa, propiedad de una sociedad, de dos plantas de 700 metros cuadrados cada una. Un hermoso patio refrescado por numerosas plantas, recibe al visitante, que se siente atraído por la luz que entre desde el jardín ubicado en el fondo. Una vivienda del último tercio del siglo XVIII y atribuida a Juan de Bargas, que sigue los modelos barrocos de los palacios de Montana (Domecq) y Dávila (Bertemati), muy en consonancia también con otras casas coetáneas, como las de Porvera 52, plaza Carrizosa 9 y plaza Rivero 3, según el historiador Fernando Aroca. En la portada presenta dos cuerpos y sobrado y toda la decoración de concentra en ella. A cada lado del vano, rodeado del característico baquetón mixtilíneo, se adosan dos pilastra jónicas al bies. Un entablamento muy movido con una taza prismática en el centro sostiene el balcón, dicen Pomar y Mariscal. La casa fue en su día de la familia González. También la habitó Juanita González del Villar, hija de Juan Bautista González del Villar, uno de los últimos patronos del colegio San Juan Bautista de Jerez. Estaba atendida por el beato Manuel Jiménez, muerto en el 39. Una escalera, protagonista en las fotos de boda de las novias que han salido de estas puertas, lleva a la planta superior. Una zona privada sólo para los ojos de sus propietarios."
Una vez en la Plaza del Arenal acudimos de nuevo a las letras. Eva nos leyó un pasaje protagonizado de nuevo por Rubén al que se sumó Curtis, su "guía turístico":
- Vaya, espero que ahora que se ha ido
consigamos que los políticos se encarguen de desmontar las estatuas de Franco,
ya es hora.- comentó Rubén al ver la gran figura ecuestre en el centro de
la plaza.
- ¿Lo dices por eso? No se te ocurra decirlo
delante de mi padre, siempre ha dicho que aquí debería estar la estatua de
Franco, pero ese es Miguel Primo de Rivera, el de la famosa dictadura con su
nombre, no Franco. Era jerezano, nació aquí cerca. El monumento la inauguró él
mismo en el 29 y murió al año siguiente.
- Eres un buen guía. Los chavales de tu edad
no suelen interesarse por estos temas. Nunca te hubiera imaginado empollando
historia.
Rubén fotografió la imagen
ecuestre, los jardines y las familias que a su lado pasaban la tarde o paseaban.
Mientras lo hacía se dio cuenta de que Curtis le miraba sonriente. Después de
algunas fotografías comprobó de reojo que Curtis seguía observándole. No era
muy experto en ese tema, pero comenzó a dudar de la inclinación sexual de su
apuesto guía. Y si no era así ¿a qué venía esa observación tan exhaustiva? Cuando
se convenció a sí mismo de sus intenciones pensó que lo mejor era aclararlo de
inmediato.
- Me gustan las chicas, solo las chicas.
Espero que no te ilusiones conmigo.
- ¿Cómo…?- Curtis le contestó sin caer aún
en el significado de aquella extraña afirmación.
- Que no soy homosexual. Llevas un rato
mirándome muy sonriente. ¿Te crees que no me he dado cuenta?
La carcajada de Curtis
espantó a algunas palomas que picoteaban cerca de ellos.
- ¿Y te crees entonces que yo sí lo soy?
¡Vaya tela! Si me vieras actuar… ¡Pero si éste que tienes delante es el picha
brava de Jerez! ¡Hay que joderse…!
Las afirmaciones de
Curtis, entre risas y gestos, fueron convincentes para Rubén, tanto que se
sintió avergonzado de haber llegado a semejante conclusión. Curtis le pasó un
brazo por el hombro y siguió hablándole.
- Mira, para tu tranquilidad, voy a
explicarte una cosa. Antes me has dicho que soy muy buen guía y tienes razón.
¿Y tú sabes por qué lo soy? Pues porque yo no tengo dos ojos, tengo muchos. Si
hay una cosa que me duele especialmente es el hecho de no enterarme de los atractivos
de mi tierra, y la mejor forma de conocerlos bien es a través de los turistas,
así que mientras ellos miran, observan, se emocionan, se disgustan, disfrutan…
me apodero de sus ojos y miro a través de ellos. Es muy fácil, observas detenidamente
sus reacciones y ellos te transmiten sus vivencias, así, sin darse ni cuenta.
Como cuando tú mirabas a través de tu cámara y yo te observaba. ¿Entiendes?
- Sí, está muy claro. No dejas de
sorprenderme Curtis… lo siento.
-Lo siento, lo siento… ¡Déjate de disculpas y
vámonos ya, guapetón!- El remedo de Curtis acompañado de un pellizco en su
mejilla hizo reír a Rubén al tiempo que comenzaban a andar. No llevaba ni un
día y ya se sentía inmerso en otro mundo, en otra forma de ver la vida. Los
aromas, los acentos, las miradas… todo le envolvía y le embrujaba. De nuevo se
habló a sí mismo con autoridad y convicción: no te vas a quedar a vivir aquí,
Rubén, estás de vacaciones, tan sólo eso, de vacaciones. Tuvo que convencerse
con hechos reales, recordó la gran cantidad de andaluces, entre ellos muchos
jerezanos, que emigraban para buscar una vida mejor en otros lugares: Cataluña,
Holanda, Alemania, Bélgica…"
El carrusel en la Plaza del Arenal nos dio motivo para otra hermosa foto de familia. De izquierda a derecha: Juan, Antoñín, Carmen, Chus, Eva, Carmen, Lola, Lupi, Manoli, Manolo y Manoli.
De nuevo paseo por las calles, en este caso por la calle Franco hasta desembocar en la plaza de la Asunción y la iglesia de San Dionisio.
Desde la plaza de Plateros pudimos disfrutar de la visión de esta torre, la del reloj, que por cierto, ni tiene reloj ni ná.
En la novela se citan los tabancos, al dirigirnos hacia la plaza de Santiago pasamos junto al tabanco Damajuana.
Y por fin, la plaza de Santiago, escenario de un encuentro entre Rubén y Curtis.
Concretamente en este banco. Hasta aquí llegó Rubén después de una emboscada que le dejó las costillas maltrechas.
Y precisamente ese pasaje fue el que nos leyó Manoli junto al escenario del encuentro:
"Unos metros más adelante, a escasos
cincuenta del hostal, se sentó en un banco junto a la Iglesia de Santiago y
descansó, buscando sin éxito la forma de colocar el torso en el respaldo sin
que el dolor le comprimiera la respiración. Un rato después pensó en llamar de
nuevo al hostal. Miró su reloj y comprobó decepcionado que la media hora que él
creía haber estado sentado no habían sido más de cinco minutos en realidad.
El sonido familiar de la Lambretta de Curtis le
pilló con los ojos cerrados. Cuando los abrió ya le tenía a escasos centímetros
de su rostro mirándole fijamente y sin soltar el manillar.
- ¿Qué te pasa Rubén?
- ¿Tan mal se me ve que no me dices ni hola?
Curtis colocó las patas de
la moto mientras hablaba sin dejar de observarle.
- ¿Mal…? ¡Carajo, pero si tienes la cara de
un muerto!
- Ha sido Montero, me ha dado la bienvenida.
Se puso de acuerdo con tu padre para traerme hasta aquí… y ya ves, aquí me
tienes deseando irme a Barcelona en el primer tren que salga.
Rubén estaba preparado
para intentar convencer a Curtis de que decía la verdad. Suponía que intentaría
defender a su padre y que no le creería capaz de algo así. Cuando vio que éste
agachaba la cabeza y la movía hacia los lados se dio cuenta de que no haría
falta, Curtis conocía bien a su padre.
- Lo siento Rubén. Mi padre siempre ha sido
un facha, no me sorprende que tenga sus tejemanejes con Montero pero no me esperaba
esto.
- Llévame al hotel de San Fernando, hazme
ese favor, sólo te pido eso.
- Está bien, espérame aquí un momento, dejo
la moto y traigo el coche de mi padre.
- ¡No, por favor, en la Lambretta mismo, pero
llévame ya!
Curtis accedió muy a su
pesar. Rubén pedía salir inmediatamente de allí por miedo, quizás por no ir en
el coche de su delator… o por ambas cosas a la vez. Giraron dejando la iglesia
a un lado y enfilaron la calle Merced. El traqueteo que tanto les había
divertido antes, ahora resultaba para Rubén un suplicio insufrible. La noche
comenzaba a cerrarse y se agradecía el aire en la cara, sobre todo una vez que
se deslizaron sobre el asfalto de la carretera nacional. Casi una hora después
estaban en San Fernando delante del hotel."
Después de la lectura disfrutamos de un paseo por los alrededores de la iglesia de Santiago y enfilamos la calle Merced.
Y para colmo, pudimos observar con detalle la calle engalanada con motivo de la festividad de la patrona de Jerez, Nuestra Señora de la Merced.
Eran dibujos de escudos de distintas entidades elaboradas con sal coloreada. De nuevo La Isla unida a Jerez. Y si no... ¿de dónde creen que podía venir esa sal?
A la vuelta, de nuevo la iglesia de Santiago y varias fotografías con el toque artístico de Lupi, que como siempre, no pierde detalle de esos motivos aparentemente escondidos y siempre bellos que nos rodean.
Aquí, el Gallo Azul, edificio de ladrillo del mismo autor que la estación, Aníbal González. Un auténtico emblema de la ciudad.
Y de nuevo, un tabanco. En este caso El Pasaje, donde ya nos esperaban con su característica hospitalidad.
Un establecimiento digno de ver, de disfrutar con los todos los sentidos.
Incluso con el sentido del oído, porque hay quien no pierde ocasión de demostrar sus buenas dotes y su buen compás.
Al cante, Manolo de la Isla. A las palmas, Lupi de Chiclana. Qué arte.
Durante el buen rato que disfrutamos del tabanco surgieron varios temas interesantes de conversación, cantes y poesía. Carmen, por ejemplo, nos recitó unos poemas muy emotivos
Más tarde seleccionamos un nuevo capítulo de la novela que leyó otra Carmen, González en este caso.
"- ¿Te apetece un vaso?- Curtis rompió la
meditación de Rubén.
- ¿Un vaso?
- Un vaso, una copa… un fino, un ponche, una
cerveza, un cubata, una mirinda, un cocacola… yo qué sé… Que si quieres beber
algo, vamos.
- Ah, vale. Pero también comería un poco, si
bebo sin picar me pongo tonto.
- Pero la lista de las tapas se la pides al
camarero… y yo también me pongo chispón enseguida, no creas.
La pregunta de Curtis
venía a cuento. Sabía que nada más doblar la esquina se iban a tropezar con la
tasca. La entrada era ancha, de puertas de madera deformadas por el tiempo y
suelo de grandes losas irregulares de piedra gris y pulidas a base de pisadas.
Curtis saludó sonoramente y Curro le contestó tras la barra con un leve
movimiento de cejas. Su orondo pecho caía casi derramándose sobre sus brazos
cruzados. Los pocos clientes que charlaban de pie le saludaron con sonrisas y
algún que otro chascarrillo. Cuatro mesas estrechas de madera esperaban a ser
ocupadas junto a toneles apilados repletos de firmas, fechas y nombres escritos
a tiza. Los barriles parecían atados entre sí por extensas telarañas. Al
acercarse para verlos mejor, Rubén estuvo a punto de deshacer alguna de las
polvorientas redecillas con sus dedos. Una sensación extraña se lo impidió, le
pareció que con ello hubiera agredido al tiempo, a la memoria de algo, no sabía
de qué.
- Os presento a mi amigo Rubén. Ha venido de
Barcelona a pasar unos días.
Algunos de los presentes
le dieron la bienvenida a viva voz y otros levantaron su copa en señal de
saludo. Curtis pidió por los dos unos finos y unas aceitunas. Curro se les
acercó con los dos catas en una mano y un trapo mojado en la otra con el que
garabateó sobre la mesa. Curtis comenzó a explicarle a Rubén las particularidades
de aquél curioso local cuando alguien entró por la puerta acaparando la
atención de todos. Se repitió el proceso de saludos pero esta vez era evidente
el entusiasmo de los presentes por el personaje. Nada más entrar se colocó en
el centro del corrillo formado a su llegada. Curtis explicó a Rubén que se
trataba de el Niño Luisa, un cantaor de fama.
- No te garantizo nada, pero si se anima es
posible que tengas suerte. Algunas veces se arranca… y cuando se arranca ya no
para. Este gitano tiene una voz que te coge delante y te peina patrás.
El Niño Luisa se acercó a
la mesa para saludarles. Curtis hizo las presentaciones y se dieron la mano
afablemente. Rubén se vio tan confiado y cómodo como para hacerle un comentario
al artista.
-
Encantado de conocerte, Curtis me ha hablado de ti. ¿Nos vas a deleitar con una
canción?
El Niño Luisa recorrió con su
mirada a Rubén de la cabeza a los pies… luego de los pies a la cabeza… y
terminó por hacer un breve comentario antes de dirigirse de nuevo al corrillo
dándoles la espalda. De su boca grande y extrañamente hueca salió un vozarrón ronco,
grave, sin apenas esfuerzo, como si su chorro de voz se le escapara sin querer.
- ¿Una cansión? ¿Tú te crees que yo soy
Adamo? ¿De donde has sacao tú a este guiri, Curtito, hijo? ¡Curro, apúntame lo
de esta mesa!"
A tenor de la atención que mostró María Chamorro, parece que resultó interesante la lectura.
Un tentempié en vajilla de excepción.
José Luís y Loli. Nunca faltan a la cita con la ballena y esta ocasión no iba a ser menos.
Manolo nos leyó unos de los párrafos más emotivos de la novela, al menos así me lo refieren muchos lectores. Se trata de la escena de Fali y su caballo de cartón. Curiosamente, Juan, disfrutante también de esta ruta, me ha enviado esta foto con su caballo de cartón particular con el que cabalgó por las llanuras del oeste en su más tierna infancia.
"Recuerdo que también podía disfrutar
de algún que otro juguete además de las muñecas, pero estaba rodeada de vecinos
en mi mismo patio que ni siquiera sabían lo que era recibir regalos el día de
los reyes magos.
Por cierto, tú eres fotógrafo Rubén,
pues mira, cada vez que veo un caballito de esos de los retratistas o de los
tiovivos, se me viene a la cabeza mi vecino Fali… ¿qué habrá sido de él? Con
siete años no había tenido nunca un juguete, jugaba como casi todos con latas,
palos, cuerdas viejas o lo que pudiera rebuscar por ahí. Tenía dos hermanas ya
mocitas y las chiquillas, con su mejor intención, convencieron al padre para
que le regalara algo al niño ese día de reyes. A duras penas accedió el hombre,
y aquello fue una novedad en todo el patio, era la primera vez que los reyes
magos le visitarían, así que le compraron un caballo de cartón. Las hermanas no
pudieron callárselo y enseguida todo el mundo estuvo al tanto de que en la
mañana de reyes Fali iba a alucinar. Y llegó esa mañana. El caballo lo había
puesto la Charito
junto a la puerta, en mitad de la noche, cuando estuvo todo el mundo dormido.
Nada más amanecer se formó una en el patio que no veas. Cuando nos despertamos
y le hicimos fiestas a nuestros regalos, nada del otro mundo por cierto,
enseguida nos abrigamos y salimos fuera a ver la novedad. Desde el otro lado
del patio esperábamos todos el momento en que Fali saliera y viera su caballo,
sus primeros reyes. De pronto, muy tempranito, amaneciendo aún, se abrieron las
cortinas y apareció Fali de la mano de la Charito , restregándose los ojos de sueño y
encogiendo los hombros de frío la criatura. Que sí, Fali, que te han traído los
reyes una cosa hombre, míralo, está ahí fuera, le decía su hermana. Y cuando
Fali vio el caballo, no te puedes ni imaginar la cara que se le puso, pobrecito
mío. Todavía se me encoge el corazón al recordarlo. Con una expresión de gozo y
asombro gritó con todas sus fuerzas: ¡un cabaaaallooooo! Se soltó de la mano de
su hermana, pegó un brinco para sentarse sobre el animal y… ¡chof! el caballo
se desparramó en el suelo como si Fali se hubiera montado sobre un pedazo de
carne de membrillo. La relentá de la noche lo había empapado de humedad y
aquello era una pasta de cartón mojado y chuchurrío. No se me olvidará en la
vida la carita que puso, qué dolor de él. Luego se hizo famoso en toda la Isla , todos los niños sabían
lo de sus reyes y se chufleaban de él. Durante años iba cargado de piedras en
los bolsillos y a todo el que desde lejos le decía: ¡caballo de cartón!, le
endiñaba una pedrada que se enteraba. Más de una chocaúra provocó con sus
cabreos. ¡La de cantazos que pegó el pobre Fali!"
En la foto de abajo a la izquierda, atento a las pamplinas del que suscribe, Juan, el jinete del caballo de cartón de la foto.
En el camino de vuelta a la estación pasamos junto al Teatro Villamarta. Un verdadero templo de las artes.
Ya en la Casería repusimos fuerzas a base de pescaito y otras buenas viandas en el restaurante del Club Náutico.
También tuvimos tiempo para un ratito de descanso disfrutando del paisaje.
Y antes de irnos, una foto de confraternización en este magnífico escenario. A partir de la comida en La Casería se nos unieron M. Ángeles García, Carmen Domínguez, Pepa Pererira y Lourdes.
Por la tarde visitamos el Museo Naval de San Fernando, paseamos por el callejón de Croquer, compartimos algunos detalles frente a la casa del turco y el Hotel Salymar y nos dirigimos al molino de mareas del Zaporito.
El callejón de Croquer. Un rincón entrañable de La Isla.
En San Fernando nos pasó como en Jerez. El ambiente festivo lo impregnaba todo. Era fiesta en los dos sitios y se notaba en lo animadas que estaban las calles. En San Fernando, la conmemoración de las Cortes del 24 de septiembre.
En el molino de mareas del Zaporito nos atendió Alejandro Díaz. Con su profesionalidad y su amor por el patrimonio de San Fernando nos ilustró con datos sobre el nacimiento, vida, funcionamiento, propietarios, etc. de este enclave tan cañaílla. Entre dato y dato, Manolo nos divertía con sus historias de vivencias infantiles en los rincones de este barrio y estas aguas.
En resumen, un maravilloso y completo día de diversión en el que cabalgamos sobre ilusiones disfrazadas de ballena. Y todo gracias a vosotros y vosotras, que sois quienes la alentáis y le dais aire. Muchísimas gracias por disfrutarla. Hasta otra singladura.
Fotos de Lupi (Francisca López), Chús Fernández, Juan Valenzuela y Manolo Díaz.
Fotos de Lupi (Francisca López), Chús Fernández, Juan Valenzuela y Manolo Díaz.
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