lunes, 3 de octubre de 2016

Poleás




Poco a poco se fue sintiendo más calmado. El ruido de sus bronquios pasó a ser acompasado y leve. Una sensación extraña le hizo disfrutar, al principio como la luz de un faro intermitente, con idas y venidas de sus dolores. Los destellos de dolor y luz se fueron transformando en aromas. Primero el del aceite caliente, luego el de la cáscara de limón y más tarde de la matalahúva. Se olvidó por completo de su respiración forzada y agria hasta antes del chute en vena. Ahora tenía otra ocupación en sus sentidos, el anciano veía de nuevo a su joven madre ofreciéndole un tazón de poleás con coscorrones de pan frito y canela. La vida no quería despedirse sin aromatizar la habitación del hospital a base de infancias y caricias. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario