domingo, 4 de marzo de 2018

A Fernando Quiñones


Ay, Quiñones, Quiñones... la de cositas que he aprendido de ti. Y sigo aprendiendo.  Hace unos meses, por ejemplo, descubrí tu poema DEL ATALAYERO en la magnífica antología Poetas andaluces de los años cincuenta, de María del Carmen García Tejera y José Antonio Hernández Guerrero. Alguna vez he hablado del relato El día de la ballena de Nieves Vázquez Recio, en el que se narra un hecho parecido al del comienzo del tu poema, Fernando, el varamiento de una ballena y posterior asombro de la población gaditana. Seguro que no es casualidad, no conozco a nadie con más conocimiento de tu obra que la propia Nievez Vázquez, y estoy seguro también de que su obra ha conseguido inspirarme a mí. Curiosos los caminos de las influencias e inspiraciones... 

Tengo por delante una semana muy quiñonera. El próximo martes trataremos la obra de Quiñones, tu obra, en uno de los encuentros literarios del Ateneo de Mairena del Aljarafe, el miércoles, jueves y viernes asistiré al Congreso Internacional "Si yo les contara... 20 años sin Fernando Quiñones (1998-2018)" en la Universidad de Cádiz y el sábado, si nada me lo impide, acompañaré a los locos quiñoneros por las calles de Cádiz en la VIII Ruta de Quiñones. Alguna que otra vez me han dicho que Los años de la ballena les ha recordado a Las mil noches de Hortensia Romero, tu novela. Te puedo asegurar, maestro Fernando, que ese es el mejor de los halagos que he podido recibir. 

Dicen que veinte años no es nada. Frase acertada en tu caso, tu obra sobrevuela tormentas, días y el propio tiempo como un hermoso alcatraz.


Fotografía de Mario Argüelles Rubiera


EL ATALAYERO

I


A principios de siglo, un cadáver enorme
fue a rrastrado hasta el Sur por las corrientes del Atlántico
y quedó varado en la playa de Cádiz
donde algo así es cosa
muy rara:
todos fueron a ver la carroña,
aún queda del suceso alguna foto desteñida
en olor de gentío y putrefacción
y aquel año llegó con la molienda del olvido
a extraviar sus cifras para convertirse en
EL AÑO DE LA BALLENA.
Abasto de azeite de ballena…
A Gijón en cambio
como a todo lo largo del Cantábrico de aguas frías y días grises
se avecinaron las ballenas
hasta poco después del siglo dieciocho.
Hai pez tan monstruoso en esta mar de Asturias
que solamente las barbas se venden en mucho dinero
i el pez trae de provecho a los que lo pescan más de mil ducados
i lo es más de la grasa que llaman saín
con que se alumbra la gente común desta tierra.
Y si era de ballenato
el saín valía para guisar
y los huesos de la ballena
valían para muebles y vigas de la casa;
el abad del monsaterio de Santa María de Arbás
alquiló el fondeadero de Entrellusa a dos vecinos de Avilés en 1232
con sus exidas e suas entradas e con suas derecturas
y 400 años más tarde
una humilde mujer
María Menéndez
vendía en Gijón saín al pormenor
durante siete siglos
la marinera gijonesa
trabajó la ballena casi
sin dejar las aguas del puerto.
Veinte y dos reales
por tres flejes de rremo vendidos a unos asturianos…

Y la ballena era una fiesta, era
como el advenimiento de un gran ángel oscuro y maloliente
con dineros    grasa
carne comestible    sillas
marcos de puertas
hartazgo para perros y gatos y gaviotas,
y juguetes
(esto de los juguetes lo cuenta Jovellanos
cómo se embarcaban los niños de Gijón
sobre las costillas de ballena
-gritando igual que ahora en la fría playa soleada con un telón
de aborrascados montes-
y cómo se entregaban en ellas al juego de las naos
que tenía alusión a los antiguos combates navales,
así redimidos y preservada su leyenda
por la infancia y el tiempo perdonador).

De Las crónicas de mar y tierra
de Fernando Quiñones

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