Ay, Quiñones, Quiñones... la de cositas que he aprendido de ti. Y sigo aprendiendo. Hace unos meses, por ejemplo, descubrí tu poema DEL ATALAYERO en la magnífica antología Poetas andaluces de los años cincuenta, de María del Carmen García Tejera y José Antonio Hernández Guerrero. Alguna vez he hablado del relato El día de la ballena de Nieves Vázquez Recio, en el que se narra un hecho parecido al del comienzo del tu poema, Fernando, el varamiento de una ballena y posterior asombro de la población gaditana. Seguro que no es casualidad, no conozco a nadie con más conocimiento de tu obra que la propia Nievez Vázquez, y estoy seguro también de que su obra ha conseguido inspirarme a mí. Curiosos los caminos de las influencias e inspiraciones...
Tengo por delante una semana muy quiñonera. El próximo martes trataremos la obra de Quiñones, tu obra, en uno de los encuentros literarios del Ateneo de Mairena del Aljarafe, el miércoles, jueves y viernes asistiré al Congreso Internacional "Si yo les contara... 20 años sin Fernando Quiñones (1998-2018)" en la Universidad de Cádiz y el sábado, si nada me lo impide, acompañaré a los locos quiñoneros por las calles de Cádiz en la VIII Ruta de Quiñones. Alguna que otra vez me han dicho que Los años de la ballena les ha recordado a Las mil noches de Hortensia Romero, tu novela. Te puedo asegurar, maestro Fernando, que ese es el mejor de los halagos que he podido recibir.
Dicen que veinte años no es nada. Frase acertada en tu caso, tu obra sobrevuela tormentas, días y el propio tiempo como un hermoso alcatraz.
Fotografía de Mario Argüelles
Rubiera
EL ATALAYERO
I
A principios de siglo,
un cadáver enorme
fue a rrastrado hasta
el Sur por las corrientes del Atlántico
y quedó varado en la
playa de Cádiz
donde algo así es cosa
muy rara:
todos fueron a ver la
carroña,
aún queda del suceso
alguna foto desteñida
en olor de gentío y
putrefacción
y aquel año llegó con
la molienda del olvido
a extraviar sus cifras
para convertirse en
EL
AÑO DE LA BALLENA.
Abasto
de azeite de ballena…
…A Gijón en
cambio
como a todo lo largo
del Cantábrico de aguas frías y días grises
se avecinaron las
ballenas
hasta poco después del
siglo dieciocho.
Hai
pez tan monstruoso en esta mar de Asturias
que
solamente las barbas se venden en mucho dinero
i
el pez trae de provecho a los que lo pescan más de mil ducados
i
lo es más de la grasa que llaman saín
con
que se alumbra la gente común desta tierra.
Y si era de ballenato
el saín valía para
guisar
y los huesos de la
ballena
valían para muebles y
vigas de la casa;
el abad del monsaterio
de Santa María de Arbás
alquiló el fondeadero
de Entrellusa a dos vecinos de Avilés en 1232
con
sus exidas e suas entradas e con suas derecturas
y 400 años más tarde
una humilde mujer
María
Menéndez
vendía en Gijón saín al
pormenor
durante siete siglos
la marinera gijonesa
trabajó la ballena casi
sin dejar las aguas del
puerto.
Veinte
y dos reales
por
tres flejes de rremo vendidos a unos asturianos…
Y la ballena era una
fiesta, era
como el advenimiento de
un gran ángel oscuro y maloliente
con dineros grasa
carne comestible sillas
marcos de puertas
hartazgo para perros y
gatos y gaviotas,
y juguetes
(esto de los juguetes
lo cuenta Jovellanos
cómo se embarcaban los
niños de Gijón
sobre las costillas de
ballena
-gritando igual que
ahora en la fría playa soleada con un telón
de aborrascados montes-
y cómo se entregaban en
ellas al juego de las naos
que
tenía alusión a los antiguos combates navales,
así redimidos y
preservada su leyenda
por la infancia y el
tiempo perdonador).
De
Las crónicas de mar y tierra
de
Fernando Quiñones