miércoles, 28 de septiembre de 2016

Crónica de un día perfecto

El pasado sábado día 24 de septiembre recorrimos algunos lugares de Jerez de la Frontera y San Fernando en la II Ruta de la ballena. No nos pudo tocar mejor día. Parece que esta actividad mezcla de ruta literaria, deporte y gastronomía, tiene un pacto con el Servicio Nacional de Meteorología. En este sentido resultó un día perfecto: soleado, fresco por la mañana y lo suficientemente cálido a mediodía como para desear refrescarnos con buenos caldos.



Habíamos quedado a las 8.30 h, en la estación de Jerez de la Frontera. Quienes veníamos de San Fernando y Cádiz nos encontramos en el mismo tren. Un trayecto breve pero muy agradable. No me extraña que Rubén se embelesara con los paisajes de marismas en la bahía.



 Las primeras claridades nos deslumbraron en todo el camino. ¡Qué luz! Ese es otro de los atractivos de estos lares.



En la misma sala de la estación comenzamos con las lecturas, en este caso la del párrafo en el que el narrador describe la llegada de Rubén a Jerez:


                     "Su llegada a la estación de Jerez le provocó una extraña contradicción. Había pensado  en una ciudad muy distinta a la que veía en persona. Mientras el tren iba lentamente disminuyendo su velocidad, desde la puerta abierta del vagón, observaba todo cuanto se iba presentando ante sus ojos sin perder detalle. Creía haberse dirigido a una población pequeña, un pueblo casi, pero aquellas cerchas de hierro sujetando la inmensa cubierta, las hermosas paredes repletas de figuras pintadas sobre azulejos, los arcos mudéjares cubriendo cada una de las entradas al gran salón de viajeros, con un aire tan elegantemente andaluz, le daban la sensación de estar llegando a una mediana ciudad no tan pequeña y con una personalidad que le cautivó. Nada más bajarse al andén comenzó a sentir una nerviosa alegría mezclada con el ligero aturdimiento provocado por tantas horas de traqueteo. Aún era soportable el calor mañanero de finales de julio. Al caminar hacia los arcos del vestíbulo volvió su mirada instintivamente hacia el tren. Bartolito El Tubero seguía sus pasos con la cabeza apoyada en los brazos sobre la ventanilla poniendo carita de querubín. Rubén le sonrió y siguió caminando."




Una vez en el exterior disfrutamos de una anécdota con relación a una cita de la novela, la de la marca de la fábrica que realizó cada uno de los paños de azulejos que adornan la estación. También descubrimos algunas anécdotas relativas a la construcción del edificio y al arquitecto que lo diseñó, Aníbal González:


"Rubén no tenía prisa, se ensimismaba y disfrutaba de todo cuanto veía y oía, tanto que cuando salió de la estación a la plaza no quedaba taxi alguno. Durante la espera disfrutó de nuevo, esta vez con la fachada exterior bordada de azulejos.

Cerámica Artística
Mensaque Rodríguez y Cª S.A.
Sevilla (Triana)

                     El letrerito al pie de uno de los paños de azulejos sevillanos le hizo recordar una de las anécdotas que le contaba su padre cuando era niño, no perdía ocasión de hacerle comentarios sobre Andalucía: Trajano fue un emperador romano-andaluz, él fue quien fundó Triana. Trajana… Triana… ¿Entiendes Rubén? Cuánto se arrepentía ahora de sus pudorosos sentimientos hacia él. Llegó a darle vergüenza de que sus amigos le vieran con su padre, y más aún, de que le oyeran hablar. Maldita edad del pavo. Entonces le veía como un paleto emigrante que no se adaptaba. A medida que pasaron los años, Rubén se fue percatando de la sabiduría que encerraba esa forma de ser y poco a poco fue creciendo su orgullo de hijo. Ahora daba gracias al destino de que al menos ese orgullo hubiera terminado por aflorar antes de la reciente muerte del viejo."









 Ya habíamos hecho la primera toma de contacto con la Ruta de la ballena. Era hora de hacerse con una buena dosis de energía para afrontar una jornada llena de paseo y emociones. El mejor sitio: el bar El Andén: buenos churros, ricos chocolate y café y mejor servicio.




En nuestro camino hacia la Plaza del Arenal disfrutamos de las fachadas de varios edificios importantes, como algunas bodegas y este palacete tan curioso. Como ejemplo de la cantidad de casas señoriales que nos podemos encontrar en Jerez, sirva este párrafo de un artículo del Diario de Jerez.



"Un poco más adelante, la bonita fachada del 35 se abre a una casa, propiedad de una sociedad, de dos plantas de 700 metros cuadrados cada una. Un hermoso patio refrescado por numerosas plantas, recibe al visitante, que se siente atraído por la luz que entre desde el jardín ubicado en el fondo. Una vivienda del último tercio  del siglo XVIII y atribuida a Juan de Bargas, que sigue los modelos barrocos de los palacios de Montana (Domecq) y Dávila (Bertemati), muy en consonancia también con otras casas coetáneas, como las de Porvera  52, plaza Carrizosa 9 y plaza Rivero 3, según el historiador Fernando Aroca. En la portada presenta dos cuerpos y sobrado y toda la decoración de concentra en ella. A cada lado del vano, rodeado del característico baquetón mixtilíneo, se adosan dos pilastra jónicas al bies. Un entablamento muy movido con una taza prismática en el centro sostiene el balcón, dicen Pomar y Mariscal. La casa fue en su día de la familia González. También la habitó Juanita González del Villar,  hija de Juan Bautista González del Villar, uno de los últimos patronos del colegio San Juan Bautista de Jerez. Estaba atendida por el beato Manuel Jiménez, muerto en el 39. Una escalera, protagonista en las fotos de boda de las novias que han salido de estas puertas, lleva  a la planta superior. Una zona privada sólo para los ojos de sus propietarios."





Una vez en la Plaza del Arenal acudimos de nuevo a las letras. Eva nos leyó un pasaje protagonizado de nuevo por Rubén al que se sumó Curtis, su "guía turístico":





 "La tarde se fue posando en las calles de Jerez, anaranjada y cálida. Curtis amenizaba el ahora lento paseo con comentarios acerca de las casas señoriales, sus dueños, su historia... Desembocaron por fin en la Plaza del Arenal.

- Vaya, espero que ahora que se ha ido consigamos que los políticos se encarguen de desmontar las estatuas de Franco, ya es hora.- comentó Rubén al ver la gran figura ecuestre en el centro de la plaza.

- ¿Lo dices por eso? No se te ocurra decirlo delante de mi padre, siempre ha dicho que aquí debería estar la estatua de Franco, pero ese es Miguel Primo de Rivera, el de la famosa dictadura con su nombre, no Franco. Era jerezano, nació aquí cerca. El monumento la inauguró él mismo en el 29 y murió al año siguiente.

- Eres un buen guía. Los chavales de tu edad no suelen interesarse por estos temas. Nunca te hubiera imaginado empollando historia.

                     Rubén fotografió la imagen ecuestre, los jardines y las familias que a su lado pasaban la tarde o paseaban. Mientras lo hacía se dio cuenta de que Curtis le miraba sonriente. Después de algunas fotografías comprobó de reojo que Curtis seguía observándole. No era muy experto en ese tema, pero comenzó a dudar de la inclinación sexual de su apuesto guía. Y si no era así ¿a qué venía esa observación tan exhaustiva? Cuando se convenció a sí mismo de sus intenciones pensó que lo mejor era aclararlo de inmediato.

- Me gustan las chicas, solo las chicas. Espero que no te ilusiones conmigo.

- ¿Cómo…?- Curtis le contestó sin caer aún en el significado de aquella extraña afirmación.

- Que no soy homosexual. Llevas un rato mirándome muy sonriente. ¿Te crees que no me he dado cuenta?

                     La carcajada de Curtis espantó a algunas palomas que picoteaban cerca de ellos.

- ¿Y te crees entonces que yo sí lo soy? ¡Vaya tela! Si me vieras actuar… ¡Pero si éste que tienes delante es el picha brava de Jerez! ¡Hay que joderse…!

                     Las afirmaciones de Curtis, entre risas y gestos, fueron convincentes para Rubén, tanto que se sintió avergonzado de haber llegado a semejante conclusión. Curtis le pasó un brazo por el hombro y siguió hablándole.

- Mira, para tu tranquilidad, voy a explicarte una cosa. Antes me has dicho que soy muy buen guía y tienes razón. ¿Y tú sabes por qué lo soy? Pues porque yo no tengo dos ojos, tengo muchos. Si hay una cosa que me duele especialmente es el hecho de no enterarme de los atractivos de mi tierra, y la mejor forma de conocerlos bien es a través de los turistas, así que mientras ellos miran, observan, se emocionan, se disgustan, disfrutan… me apodero de sus ojos y miro a través de ellos. Es muy fácil, observas detenidamente sus reacciones y ellos te transmiten sus vivencias, así, sin darse ni cuenta. Como cuando tú mirabas a través de tu cámara y yo te observaba.  ¿Entiendes?

- Sí, está muy claro. No dejas de sorprenderme Curtis… lo siento.

-Lo siento, lo siento… ¡Déjate de disculpas y vámonos ya, guapetón!- El remedo de Curtis acompañado de un pellizco en su mejilla hizo reír a Rubén al tiempo que comenzaban a andar. No llevaba ni un día y ya se sentía inmerso en otro mundo, en otra forma de ver la vida. Los aromas, los acentos, las miradas… todo le envolvía y le embrujaba. De nuevo se habló a sí mismo con autoridad y convicción: no te vas a quedar a vivir aquí, Rubén, estás de vacaciones, tan sólo eso, de vacaciones. Tuvo que convencerse con hechos reales, recordó la gran cantidad de andaluces, entre ellos muchos jerezanos, que emigraban para buscar una vida mejor en otros lugares: Cataluña, Holanda, Alemania, Bélgica…"



El carrusel en la Plaza del Arenal nos dio motivo para otra hermosa foto de familia. De izquierda a derecha: Juan, Antoñín, Carmen, Chus, Eva, Carmen, Lola, Lupi, Manoli, Manolo y Manoli.




De nuevo paseo por las calles, en este caso por la calle Franco hasta desembocar en la plaza de la Asunción y la iglesia de San Dionisio.





Desde la plaza de Plateros pudimos disfrutar de la visión de esta torre, la del reloj, que por cierto, ni tiene reloj ni ná.




En la novela se citan los tabancos, al dirigirnos hacia la plaza de Santiago pasamos junto al tabanco Damajuana.



Y por fin, la plaza de Santiago, escenario de un encuentro entre Rubén y Curtis.



Concretamente en este banco. Hasta aquí llegó Rubén después de una emboscada que le dejó las costillas maltrechas.




 Y precisamente ese pasaje fue el que nos leyó Manoli junto al escenario del encuentro:




                     "Unos metros más adelante, a escasos cincuenta del hostal, se sentó en un banco junto a la Iglesia de Santiago y descansó, buscando sin éxito la forma de colocar el torso en el respaldo sin que el dolor le comprimiera la respiración. Un rato después pensó en llamar de nuevo al hostal. Miró su reloj y comprobó decepcionado que la media hora que él creía haber estado sentado no habían sido más de cinco minutos en realidad.

                     El sonido familiar de la Lambretta de Curtis le pilló con los ojos cerrados. Cuando los abrió ya le tenía a escasos centímetros de su rostro mirándole fijamente y sin soltar el manillar.

- ¿Qué te pasa Rubén?

- ¿Tan mal se me ve que no me dices ni hola?

                     Curtis colocó las patas de la moto mientras hablaba sin dejar de observarle.

- ¿Mal…? ¡Carajo, pero si tienes la cara de un muerto!

- Ha sido Montero, me ha dado la bienvenida. Se puso de acuerdo con tu padre para traerme hasta aquí… y ya ves, aquí me tienes deseando irme a Barcelona en el primer tren que salga.

                     Rubén estaba preparado para intentar convencer a Curtis de que decía la verdad. Suponía que intentaría defender a su padre y que no le creería capaz de algo así. Cuando vio que éste agachaba la cabeza y la movía hacia los lados se dio cuenta de que no haría falta, Curtis conocía bien a su padre.

- Lo siento Rubén. Mi padre siempre ha sido un facha, no me sorprende que tenga sus tejemanejes con Montero pero no me esperaba esto.

- Llévame al hotel de San Fernando, hazme ese favor, sólo te pido eso.

- Está bien, espérame aquí un momento, dejo la moto y traigo el coche de mi padre.

- ¡No, por favor, en la Lambretta mismo, pero llévame ya!

                     Curtis accedió muy a su pesar. Rubén pedía salir inmediatamente de allí por miedo, quizás por no ir en el coche de su delator… o por ambas cosas a la vez. Giraron dejando la iglesia a un lado y enfilaron la calle Merced. El traqueteo que tanto les había divertido antes, ahora resultaba para Rubén un suplicio insufrible. La noche comenzaba a cerrarse y se agradecía el aire en la cara, sobre todo una vez que se deslizaron sobre el asfalto de la carretera nacional. Casi una hora después estaban en San Fernando delante del hotel."




Después de la lectura disfrutamos de un paseo por los alrededores de la iglesia de Santiago y enfilamos la calle Merced.




 El buen tiempo, el compañerismo, la sensibilidad en definitiva, ayudó a que el paseo resultara una delicia para todos.



Y para colmo, pudimos observar con detalle la calle engalanada con motivo de la festividad de la patrona de Jerez, Nuestra Señora de la Merced.





Eran dibujos de escudos de distintas entidades elaboradas con sal coloreada. De nuevo La Isla unida a Jerez. Y si no... ¿de dónde creen que podía venir esa sal?









A la vuelta, de nuevo la iglesia de Santiago y varias fotografías con el toque artístico de Lupi, que como siempre, no pierde detalle de esos motivos aparentemente escondidos y siempre bellos que nos rodean.






Aquí, el Gallo Azul, edificio de ladrillo del mismo autor que la estación, Aníbal González. Un auténtico  emblema de la ciudad.




 Y de nuevo, un tabanco. En este caso El Pasaje, donde ya nos esperaban con su característica hospitalidad. 




Un establecimiento digno de ver, de disfrutar con los todos los sentidos. 




 Incluso con el sentido del oído, porque hay quien no pierde ocasión de demostrar sus buenas dotes y su buen compás.



Al cante, Manolo de la Isla. A las palmas, Lupi de Chiclana. Qué arte.





Durante el buen rato que disfrutamos del tabanco surgieron varios temas interesantes de conversación, cantes y poesía. Carmen, por ejemplo, nos recitó unos poemas muy emotivos




 Más tarde seleccionamos un nuevo capítulo de la novela que leyó otra Carmen, González en este caso.







"- ¿Te apetece un vaso?- Curtis rompió la meditación de Rubén.

- ¿Un vaso?

- Un vaso, una copa… un fino, un ponche, una cerveza, un cubata, una mirinda, un cocacola… yo qué sé… Que si quieres beber algo, vamos.

- Ah, vale. Pero también comería un poco, si bebo sin picar me pongo tonto.

- Pero la lista de las tapas se la pides al camarero… y yo también me pongo chispón enseguida, no creas.

                     La pregunta de Curtis venía a cuento. Sabía que nada más doblar la esquina se iban a tropezar con la tasca. La entrada era ancha, de puertas de madera deformadas por el tiempo y suelo de grandes losas irregulares de piedra gris y pulidas a base de pisadas. Curtis saludó sonoramente y Curro le contestó tras la barra con un leve movimiento de cejas. Su orondo pecho caía casi derramándose sobre sus brazos cruzados. Los pocos clientes que charlaban de pie le saludaron con sonrisas y algún que otro chascarrillo. Cuatro mesas estrechas de madera esperaban a ser ocupadas junto a toneles apilados repletos de firmas, fechas y nombres escritos a tiza. Los barriles parecían atados entre sí por extensas telarañas. Al acercarse para verlos mejor, Rubén estuvo a punto de deshacer alguna de las polvorientas redecillas con sus dedos. Una sensación extraña se lo impidió, le pareció que con ello hubiera agredido al tiempo, a la memoria de algo, no sabía de qué.   

- Os presento a mi amigo Rubén. Ha venido de Barcelona a pasar unos días.

                     Algunos de los presentes le dieron la bienvenida a viva voz y otros levantaron su copa en señal de saludo. Curtis pidió por los dos unos finos y unas aceitunas. Curro se les acercó con los dos catas en una mano y un trapo mojado en la otra con el que garabateó sobre la mesa. Curtis comenzó a explicarle a Rubén las particularidades de aquél curioso local cuando alguien entró por la puerta acaparando la atención de todos. Se repitió el proceso de saludos pero esta vez era evidente el entusiasmo de los presentes por el personaje. Nada más entrar se colocó en el centro del corrillo formado a su llegada. Curtis explicó a Rubén que se trataba de el Niño Luisa, un cantaor de fama.

- No te garantizo nada, pero si se anima es posible que tengas suerte. Algunas veces se arranca… y cuando se arranca ya no para. Este gitano tiene una voz que te coge delante y te peina patrás.

                     El Niño Luisa se acercó a la mesa para saludarles. Curtis hizo las presentaciones y se dieron la mano afablemente. Rubén se vio tan confiado y cómodo como para hacerle un comentario al artista.

  - Encantado de conocerte, Curtis me ha hablado de ti. ¿Nos vas a deleitar con una canción?

                     El Niño Luisa recorrió con su mirada a Rubén de la cabeza a los pies… luego de los pies a la cabeza… y terminó por hacer un breve comentario antes de dirigirse de nuevo al corrillo dándoles la espalda. De su boca grande y extrañamente hueca salió un vozarrón ronco, grave, sin apenas esfuerzo, como si su chorro de voz se le escapara sin querer.


- ¿Una cansión? ¿Tú te crees que yo soy Adamo? ¿De donde has sacao tú a este guiri, Curtito, hijo? ¡Curro, apúntame lo de esta mesa!"



 A tenor de la atención que mostró María Chamorro, parece que resultó interesante la lectura.



 Un tentempié en vajilla de excepción.




José Luís y Loli. Nunca faltan a la cita con la ballena y esta ocasión no iba a ser menos.





Manolo nos leyó unos de los párrafos más emotivos de la novela, al menos así me lo refieren muchos lectores. Se trata de la escena de Fali y su caballo de cartón. Curiosamente, Juan, disfrutante también de esta ruta, me ha enviado esta foto con su caballo de cartón particular con el que cabalgó por las llanuras del oeste en su más tierna infancia.





                     "Recuerdo que también podía disfrutar de algún que otro juguete además de las muñecas, pero estaba rodeada de vecinos en mi mismo patio que ni siquiera sabían lo que era recibir regalos el día de los reyes magos.


                     Por cierto, tú eres fotógrafo Rubén, pues mira, cada vez que veo un caballito de esos de los retratistas o de los tiovivos, se me viene a la cabeza mi vecino Fali… ¿qué habrá sido de él? Con siete años no había tenido nunca un juguete, jugaba como casi todos con latas, palos, cuerdas viejas o lo que pudiera rebuscar por ahí. Tenía dos hermanas ya mocitas y las chiquillas, con su mejor intención, convencieron al padre para que le regalara algo al niño ese día de reyes. A duras penas accedió el hombre, y aquello fue una novedad en todo el patio, era la primera vez que los reyes magos le visitarían, así que le compraron un caballo de cartón. Las hermanas no pudieron callárselo y enseguida todo el mundo estuvo al tanto de que en la mañana de reyes Fali iba a alucinar. Y llegó esa mañana. El caballo lo había puesto la Charito junto a la puerta, en mitad de la noche, cuando estuvo todo el mundo dormido. Nada más amanecer se formó una en el patio que no veas. Cuando nos despertamos y le hicimos fiestas a nuestros regalos, nada del otro mundo por cierto, enseguida nos abrigamos y salimos fuera a ver la novedad. Desde el otro lado del patio esperábamos todos el momento en que Fali saliera y viera su caballo, sus primeros reyes. De pronto, muy tempranito, amaneciendo aún, se abrieron las cortinas y apareció Fali de la mano de la Charito, restregándose los ojos de sueño y encogiendo los hombros de frío la criatura. Que sí, Fali, que te han traído los reyes una cosa hombre, míralo, está ahí fuera, le decía su hermana. Y cuando Fali vio el caballo, no te puedes ni imaginar la cara que se le puso, pobrecito mío. Todavía se me encoge el corazón al recordarlo. Con una expresión de gozo y asombro gritó con todas sus fuerzas: ¡un cabaaaallooooo! Se soltó de la mano de su hermana, pegó un brinco para sentarse sobre el animal y… ¡chof! el caballo se desparramó en el suelo como si Fali se hubiera montado sobre un pedazo de carne de membrillo. La relentá de la noche lo había empapado de humedad y aquello era una pasta de cartón mojado y chuchurrío. No se me olvidará en la vida la carita que puso, qué dolor de él. Luego se hizo famoso en toda la Isla, todos los niños sabían lo de sus reyes y se chufleaban de él. Durante años iba cargado de piedras en los bolsillos y a todo el que desde lejos le decía: ¡caballo de cartón!, le endiñaba una pedrada que se enteraba. Más de una chocaúra provocó con sus cabreos. ¡La de cantazos que  pegó  el pobre Fali!"



  En la foto de abajo a la izquierda, atento a las pamplinas del que suscribe, Juan, el jinete del caballo de cartón de la foto.




 En el camino de vuelta a la estación pasamos junto al Teatro Villamarta. Un verdadero templo de las artes.



Ya en la Casería repusimos fuerzas a base de pescaito y otras buenas viandas en el restaurante del Club Náutico. 



También tuvimos tiempo para un ratito de descanso disfrutando del paisaje.






Y antes de irnos, una foto de confraternización en este magnífico escenario. A partir de la comida en La Casería se nos unieron M. Ángeles García, Carmen Domínguez, Pepa Pererira y Lourdes.




Por la tarde visitamos el Museo Naval de San Fernando, paseamos por el callejón de Croquer, compartimos algunos detalles frente a la casa del turco y el Hotel Salymar y nos dirigimos al molino de mareas del Zaporito.



El callejón de Croquer. Un rincón entrañable de La Isla.





En San Fernando nos pasó como en Jerez. El ambiente festivo lo impregnaba todo. Era fiesta en los dos sitios y se notaba en lo animadas que estaban las calles. En San Fernando, la conmemoración de las Cortes del 24 de septiembre.



En el molino de mareas del Zaporito nos atendió Alejandro Díaz. Con su profesionalidad y su amor por el patrimonio de San Fernando nos ilustró con datos sobre el nacimiento, vida, funcionamiento, propietarios, etc. de este enclave tan cañaílla. Entre dato y dato, Manolo nos divertía con sus historias de vivencias infantiles en los rincones de este barrio y estas aguas.




En resumen, un maravilloso y completo día de diversión en el que cabalgamos sobre ilusiones disfrazadas de ballena. Y todo gracias a vosotros y vosotras, que sois quienes la alentáis y le dais aire. Muchísimas gracias por disfrutarla. Hasta otra singladura.




Fotos de Lupi (Francisca López), Chús Fernández, Juan Valenzuela y Manolo Díaz.